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Tradición de cuatro puntas

Actualizado: 14 nov 2018


Nobsa, Boyacá, es la capital mundial de la ruana, una prenda creadora de identidad que ha servido de abrigo desde siglos atrás.

Por María Paula Cubides Alfonso

Concepción Calixto hilando lana. Foto: María Paula Cubides

En el altiplano Cundiboyacense, a unos 15 minutos de Sogamoso, se encuentra Nobsa, un pueblo pintoresco de cielos muy azules, tierra rojiza y gente noble, como lo indica su nombre en lengua muisca.


Su clima frío lo hace el hogar perfecto para las ruanas, que más que una prenda de vestir se han hecho algo inherente a su cultura, a su gente. La calidez de sus habitantes y de sus tejidos disipan hasta el más mínimo rastro de frío que se crea poder sentir.


Los tejidos de Nobsa han forjado una parte de la historia del municipio, del departamento y del país, es la ruana, testigo directo del avance del pueblo y consolida al municipio como la capital mundial de la ruana.



La ruana y sus ancestros


“Fue fundadora de pueblos, con el tiple y con el hacha y con el perro andariego que se tragó la montaña”. La popular canción de Garzón y Collazos, que lleva por título el nombre de este abrigo de cuatro puntas, da una pista importante sobre la ruana y su historia.


Los orígenes de la ruana, o por lo menos de su antecesora de algodón, se remontan al pueblo muisca, primeros habitantes de la región, quienes eran grandes artesanos y especialistas en tejidos, hacían sus mantas y abrigos en telares rústicos que consistían en estacas enterradas en el suelo, con hebras templadas encima.


La vida de los muiscas giraba en torno a sus tejidos y la agricultura, si no estaban tejiendo, estaban trabajando la tierra. Las mantas eran algo muy significativo en su cultura y solían darlas como presente en símbolo de agradecimiento o respeto, eran pintadas a mano con pincel y pinturas de origen vegetal.


Con la llegada de los españoles las técnicas cambiaron y se empezó a usar la lana de ovejas para los tejidos. “La ruana de hoy viene de esa época, con todo el proceso de transformación de las fibras, la habilidad de los tejidos viene desde allá. Se originó con una pieza que usaban los indígenas muiscas y tiene influencias de Chile, de Perú y de España. Es la evolución de una prenda que se amarraban a los hombros y les tapaba todo el cuerpo, pero a los españoles no les gustaba que se vistieran así, la prenda se fue transformando hasta hacerle la abertura en el centro para terminar siendo como la conocemos”, explica Luis Héctor Jiménez, un nobsano apasionado por la historia de su municipio y la actividad artesanal de sus pobladores. En su libro Arte-sanos: historia de un legado, escribe sobre la historia de la ruana en Nobsa, de su gente y cómo ha cambiado la vida en el pueblo con el transcurrir del tiempo.


Luis Héctor Jiménez con el cartel del lanzamiento de su libro. Foto: María Paula Cubides

Los muiscas siguieron con su tradición textil, adaptando sus tejidos a las nuevas circunstancias, saliendo de ahí la tradición de criar ovejas y hacer ruanas, tejidos finos que llegaron a competir con las tan importantes telas fabricadas en Europa.


La ruana y sus artesanos


Si se habla de ruanas, el primer lugar en el que se piensa es en Nobsa y no es coincidencia, es que el pueblo es el hogar de esta prenda, que desde siempre ha marcado el modo de vida de los nobsanos.


“Casi que en cada hogar existía un telar, la gente vivía de los tejidos y de la agricultura”, cuenta Segundo Vicente Negro, artesano del pueblo, quien además de fabricar las ruanas, las vende en su almacén, que está ubicado en la famosa Esquina del chisme, a un lado del parque principal.


Segundo es heredero de la tradición artesanal de Tránsito Cruz, su madre, que es considerada pionera en la elaboración y comercialización de ruanas en el municipio. Explica que en el almacén de su madre (que fue de los primeros del pueblo en tener telares eléctricos) mucha gente aprendió a tejer ruanas, personas que ahora tienen sus negocios propios y se dedican a este oficio.


Trabaja en su taller con solo un ayudante, un joven de no más de 19 años. “Ya somos viejos los que tejemos. Me preocupa mucho este cambio generacional, porque en primer lugar hace falta más apoyo institucional para incentivar a la juventud a hacer esto, decirle a la gente, mire, esto es una opción”, manifiesta, mientras mueve el torno con el que hace las cañuelas (pedazos de caña en los que se enrolla la lana para ponerla en el telar). Sus manos dan evidencia del trabajo que ha hecho por largos años, aquel que aprendió hace más de 60. Actualmente hace 3 o 4 ruanas por día, además de tapetes, cobijas, sacos, guantes, bolsos y bufandas.


Segundo Negro en la esquina del chisme. Foto: Mónica Mejía

Cuando se le pregunta a los artesanos a qué edad aprendieron a tejer, es común que respondan que desde niños, que empezaron haciendo cañuelas o ayudándole a los mayores y después siguieron con el oficio.


Una de las personas que aprendió en el taller de Tránsito Cruz fue Pascual Vásquez, quien comenzó enrollando cañuelas en los años 70 hasta que perfeccionó la técnica del tejido. Actualmente sigue haciendo ruanas, pero en su propio taller, en la vereda El Cerezal. Pascual solo trabaja con lana virgen de oveja.


María Dominga Robles debe tener más de 70 años, vive en una pequeña casa en el pueblo y teje en un viejo telar que heredó de su mentora, Bernardina Acevedo, quien le enseñó el oficio cuando estaba joven. Cuenta que no le gustaba, pero era lo que había para hacer y no podía desperdiciar esa oportunidad de trabajo.


Ella se demora más tiempo que un artesano común en fabricar una ruana, pues el telar en el que trabaja es especialmente rústico, los lizos (cuerdas) que normalmente son de metal, en el telar de Dominga son de lana, por lo que el trabajo es un poco más lento, esto sumado a su edad y a que hace el trabajo sola. Tiene los dedos acostumbrados al trabajo, torcidos y con callos, explica que es por la forma en la que teje. Tiene hijas, pero cuenta que a ninguna le gusta esa labor.

Las manos de Dominga, adaptadas al trabajo en su telar de lana. Foto: María Paula Cubides



La labor de hacer ruanas es algo que se transmite de generación en generación, la habilidad de tejer y hacer artesanías es algo que los nobsanos llevan en la sangre y hay familias con varias generaciones que siguen la tradición.


Julio Ramón Cristancho es artesano de tercera generación, lo que significa que su papá y su abuelo también se dedicaban a esta labor. Cuenta que aprendió primero a hacer las cañuelas que las vocales, pues ayudaba a su padre cuando aún no entraba a estudiar. Su taller se llama Mi Viejo Telar. Ramón, orgulloso, explica que es por el verso de la canción Soy Boyacense, de Héctor Vargas: “siempre de abrigo llevo una ruana, hecha en el viejo telar de casa”.


Julio Ramón es reconocido porque tejió la ruana más grande del mundo en 2008, con la que fue adornada la iglesia, medía 35 metros de largo por 20 metros de ancho. Para su elaboración tuvieron que tejer y utilizar paño equivalente al de 360 ruanas tradicionales, con un peso de 1.400 libras. En esta hazaña participaron aproximadamente 10 trabajadores, sin contar los indirectos, es decir, las personas que cuidan las ovejas, las que esquilan e hilan la lana.


En este trabajo se demoraron un mes, “La tejida no fue difícil, el problema fue unirla porque era muy pesada. Un día dieron la idea de usar la máquina de coser costales de cal para unirla y así hicimos”, recuerda Ramón, quien también ha hecho ruanas para personajes famosos como Vicente Fernández, Luis Miguel, Nairo Quintana, entre otros. Ahora Ramón les está enseñando a su sobrino y a su hijo el oficio.


La mayoría aprende por imitación, viendo a sus padres o abuelos e intentándolo después. Es así como Nieves Berdugo les está enseñando a sus nietas, dos niñas de 3 y 5 años, que fueron dejadas a su cuidado hace un año por la hija de Nieves.


Nieves se sienta a hilar y sus dos nietas la acompañan y ayudan. Fernanda, de 5 años, aprendió a torcer el hilo de una manera particular, pues usa su boca para hacerlo. Es común que se le enreden, pero su abuela siempre está ahí para ayudarle. A Diana, de 3 años, le cuesta mucho más trabajar la lana, por lo que su trabajo predilecto es escarmenar, que es mover la lana con dos cardos. “Mi abuelita me dijo que metiera la lana entre los cardos y los moviera de un lado a otro”, dice mientras atenta realiza la tarea.


Fernanda y Diana, las nietas de Nieves. Foto: María Paula Cubides

Turismo en torno a la ruana


“Las ruanas son el motivo por el que vienen turistas. Nobsa no tiene nevados, ni lagunas, ni ríos, ni playas, pero los turistas vienen por las artesanías, por eso se debería poner más atención a esto y continuar con el oficio”, afirma Segundo Negro.


En el pueblo cada día se crean cosas nuevas que sirven como atractivo turístico, hace unos años se creó el “Fashion de la ruana”, un evento en donde se desfilan prendas y accesorios del hogar. Allí se muestran vestidos de matrimonio, de cóctel y hasta ropa interior en lana.


En Nobsa se celebra el Día Internacional de la Ruana, que son más bien tres días en los que se hacen desfiles y exhibiciones de los tejidos que los artesanos fabrican. Con esto se festeja al producto célebre y se atraen visitantes que llevan desarrollo y movimiento en la economía.


También hay homenajes a algunos artesanos y actividades culturales dirigidas a todo el público. “Es una actividad netamente cultural, no tiene verbenas ni eventos en los que haya consumo y venta de bebidas alcohólicas”, expresa Óscar Torres, secretario de Hacienda y Turismo del municipio.


La creatividad no tiene límite en este pueblo, por esta razón, decidieron en las fiestas hacer concurso de ovejas disfrazadas para elegir una reina, campeonatos deportivos en ruana, como partidos de fútbol y carreras de carritos de balineras.


“La creación de los puentes festivos y las fiestas ha permitido que la gente se desplace a Nobsa. Cada día el departamento recibe turistas y se ha preparado para recibir cada vez más. Se hacen eventos que promocionan la provincia con ruanas, muebles rústicos, cuero y vino”, expresa Ramiro Barragán, secretario general de la Gobernación de Boyacá y ex alcalde de Nobsa.


Ramiro también expresa que la ruana ha hecho que la gente se sienta orgullosa y que el municipio sea conocido nacional e internacionalmente por esto. La llevan con alegría y como símbolo de los nobsanos.


La historia de Boyacá y especialmente de Nobsa se teje entre los hilos de la ruana, en las manos de artesanos que han dedicado su vida y todas sus fuerzas a crear este símbolo y la tradición que gira en torno a él, un tesoro de colores tierra con el que ni el oro puede ser comparado.


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