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Cómo se teje un sueño

Actualizado: 12 dic 2018

La producción de ruanas es una actividad que se ha transmitido entre varias generaciones de artesanos tradicionales en Nobsa, Boyacá. Sin embargo, su futuro es incierto porque los jóvenes ya no muestran el mismo interés por aprenderla.

Por Mónica Marcela Mejía Parada

Don Pascual arreglando una hebra reventada en su telar. Foto: Mónica Marcela Mejía

"Me da tristeza que ya casi nadie quiere aprender. Los jóvenes no quieren hilar lana porque es mal remunerado, se demoran casi 2 o 3 días hilando una libra de lana y terminan ganando por ahí ocho mil pesos. Entonces esto va quedando atrás y ya no van a salir ruanas auténticas", expresa con intranquilidad Pascual Vásquez, artesano de Nobsa, mientras teje una de las tradicionales ruanas que se hacen en este municipio.


La preocupación de Pascual es la de muchos artesanos tradicionales, y es que una ruana, antes de ser exhibida en las coloridas tiendas que identifican al municipio, tiene que atravesar un proceso laborioso en el que participan varias personas, que con dedicación, se encargan de actividades específicas como esquilar la oveja, escarmenar e hilar la lana y finalmente tejerla para comercializarla, procedimientos que han evolucionado con los años y se transmiten de generación en generación, de padres a hijos, de tíos a sobrinos y de abuelos a nietos.


El inicio de una ruana se da con la oveja, la cual después de un año de cuidados produce aproximadamente de 4 a 20 libras de lana lista para esquilar (vellón). Tradicionalmente, las ovejas se esquilaban con tijera. Ramiro Rojas, quien tiene un pequeño rebaño de 10 ovejas, se demora hasta 1 hora realizando la esquilada. Sin embargo, en los lugares con rebaños numerosos el proceso evolucionó a la maquina, la cual reduce el tiempo a 20 minutos.



Al ser una antigua práctica, hay algunos que todavía conservan las creencias que hacen aun más largo el proceso. Pascual, quien desde niño trabaja entre lana y telares, cuenta que existe un agüero por el cual la lana recién esquilada no se debe lavar sino de 8 a 15 días después: "dicen que se enferman las ovejas, les da como una especie de escalofrío, les agarra la tembladera y después ellas van perdiendo su lana".


Después de esquilada la oveja, se remoja la lana en un recipiente lleno de agua, sin echarle jabón, para sacarle la suciedad. "No se le puede echar jabón aún porque la endurece", señala Pascual.


Luego de secarla al rayo del sol, se desenreda con el uso de dos cardas manuales en dirección opuesta, con las que halan cuidadosamente para no romper la fibra (escarmenar), hasta que la lana quede esponjada (penca), las cuales se juntan y dan como resultado "el copo"; este copo se va estirando hasta darse la hebra, esto es hilar. "La clave del hilado es que la lana esté bien lavada, bien procesada", afirma Nieves Burgos, hilandera del sector.


Manos a la obra


Tradicionalmente se hace con huso, práctica que Nieves aprendió a los cinco años de su madre y que hoy, con paciencia, le enseña a sus dos nietas, Fernanda y Diana, de 5 y 3 años, que a su corta edad ya saben escarmenar la lana y girar dos hebras entre sí, con ayuda del huso, es decir torcer.


Actualmente, las hilanderas tradicionales se encuentran ubicadas en las veredas aledañas, y en el pueblo este proceso se desarrolla con la ayuda de una rueca, que para Concepción Calixto, artesana que comercializa su trabajo en la plaza de los artesanos de Nobsa, es mucho más práctica y reduce el tiempo de trabajo. En seguida del hilado se debe lavar la lana, a temperatura mediana y con detergente, distintos artesanos utilizan jabón de tierra o jabón Rey.


Después de escarmenada, hilada, lavada y enrollada en el huso, se selecciona la cantidad de lana que se va a utilizar según el largo de la ruana (urdir). Se necesitan de 16 a 17 metros de hilo para una ruana de 1.60 metros. Estos se enhebran en el telar, actividad que con práctica, se demora de 1 a 2 horas.


Quienes se han tecnificado más, utilizan telares metálicos, pero todavía hay quienes usan el telar artesanal de madera y caña, como es el caso de Dominga Robles, quien lleva cincuenta años trabajando en sus tejidos y cuenta con el telar más rústico y antiguo del pueblo, el cual heredó de su instructora y tiene más de 70 años de trabajo. "El telar mecánico tiene la opción de enhebrar los hilos con una aguja, pero en este se tienen que pasar las hebras por cada lizo".


Ramón Cristancho, artesano tradicional de tercera generación, habla sobre la evolución de los telares horizontales como una oportunidad para trabajar más cómodo, fácil y con más rendimiento: "los telares siguen siendo artesanales, pero se le han ido agregando cosas, por ejemplo los ampliamos para sacar prendas extra grandes".


La lana se transforma


El tejido es un proceso que requiere mucha dedicación y esfuerzo, independientemente del telar en el que se realice la actividad, consiste en tramar las hebras en sentidos contrarios, vertical (pie), ubicada en parte delantera del telar y horizontal (trama), la cual pasa de un costado a otro de la lana vertical.


La fabricación de prendas en telar horizontal es un conocimiento que se transmite. En el caso de Ramón, cuenta con la satisfacción personal de haberle enseñado a su hijo y uno de sus sobrinos. Sin embargo, Dominga expresa con resignación que ninguna de sus hijas se quiso dedicar al tejido: "ahorita vaya a ver a la juventud, no les gusta eso, ya no tienen esa dedicación para el telar".


Al terminar el tejido, se corta a la medida deseada de la prenda y se dobla a la mitad para cortar una linea que será el cuello de la ruana. Este, y los demás bordes se proceden a filetear para que no se deshilache. El procedimiento se hace a mano y consiste en pasar una hebra de lana doble por las orillas. Esto aporta mayor calidad al producto, cualidad importante por la que en la mayoría de tejidos utilizan lana natural: "con industrial se puede, pero no queda igual", asegura Doña Dominga.


Como último paso se extiende la ruana sobre una vara doblada a lo largo y de manera horizontal, y se procede a arrastrar dos palmas de cardos naturales de arriba abajo, hasta que las motas queden impregnadas en estas, dándole una textura suave y mullida. Esto se realiza por los dos lados de la prenda. Es un proceso que los artesanos de Nobsa siguen haciendo manualmente, aunque existen maquinarias que lo realizan.


De esta forma se obtiene una ruana auténtica, lisa y de lana virgen blanca, negra o gris, tradición que los habitantes de Nobsa, como Ramón, aprecian mucho. "Yo, que aprendí a hacer cañuelas antes de saber las vocales, soy uno de los que mantiene ese legado, y lo quiero mantener. Por eso estoy tranquilo al saber que alguien me va a reemplazar, y de pronto ese alguien impulse a otro de la familia, pero considero que los artesanos estamos en vía de extinción".


Aunque la tradición de la ruana se sigue transmitiendo de generación en generación, como es el caso de Nieves Berdugo y sus nietas, o el de Ramón Cristancho y su hijo y sobrino, muchos artesanos tradicionales del municipio expresan su incertidumbre en cuanto al futuro del oficio. La creación de una ruana es un proceso antiguo que podría perderse, y este es el pensamiento que atormenta a Pascual, quien sigue hilando sus sueños, esperando que esta tradición no finalice con su generación.


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